Imagen de un bombardeo nocturno
LA MUERTE DEVORABA VIDAS
SIN DARLES TIEMPO DE HABER PECADO.
Relato corto (escrito por mí, y no publicado), en el que está basado el nano-relato (y valga la redundancia).
Comenzaban a ocultarse los últimos rayos del sol tiñendo el gris plomizo del cielo de un rojo sangre, como augurio del horror que estaba por llegar. Al mismo tiempo los gritos, ruidos, y algarabías se convirtieron en susurros, silencios, y tensas calmas. El cielo no tardó en convertirse en un negro macabro y vacío, ausente de la Luna y sus bambalinas, como si no quisieran ser testigos – ni tan solo mudas – de la pesadilla de aquella noche aciaga.
Iba pasando el tiempo, eso que medimos con un reloj pero que tan poco tiene que ver con la realidad. Tiempo corto para el que espera sin ánimo y aliento, pero largo para el que lo hace con esperanza, con la fe de que la noche pase sin que ocurra nada, que todo sea un mal sueño, que amanezca un nuevo día pletórico de vida y de futuro.
Fue primero el ulular de las sirenas de alarma, repitiéndose como ecos perdidos en la noche lo primero que rompió el angustioso sigilo nocturno. Los pasos y carreras sin rumbo fijo comenzaron a llenar el hueco del silencio, entrecruzándose con voces que ordenaban, y otras que elevaban sus plegarias al sordo cielo. Después vinieron los fogonazos a lo lejos, reventando y expandiendo sus llamas hasta el infinito, permitiendo ver esqueletos de edificios ya difuntos, de hierro y de hormigón, que solo serían cenizas en poco tiempo; luego llegó el sordo estampido de las bombas, al principio lejanas, y cada vez más cerca, y el siniestro zumbido de los misiles, que mandados por ordenadores guiados sin alma, masacraban por igual todo lo que a su paso encontraran. El aire se llenó de fuego, estruendos, y rugidos; había comenzado la Verbena de la Muerte.
Fueron cinco minutos eternos, inconmensurables. Las explosiones, el fuego, y el silbido de las bombas, se mezclaba con los gritos de terror, los aullidos de los heridos, las maldiciones del pueblo siempre perseguido, los lamentos de quien a alguien había perdido.
Cuando todo acabó solo quedaron los gemidos, la destrucción, y el fuego. Personas aturdidas deambulando perdidas por un camino sin fin, unas solas, otras con sus hijos o parientes en brazos; caminaban hacia ningún sitio, como llevados por un antiguo impulso de supervivencia que les obligaba a seguir avanzando sin destino después de haber pasado la muerte, que cruel e imperturbable, venía a recoger la cosecha ofrecida por sus míseros sirvientes: ancianos, mujeres, jóvenes y adolescentes que nunca llegarían a ser hombres, niños que no habían tenido tiempo para hacer mal ni para hacer bien…¡Se les había negado el derecho a ello, se les arrancó la vida, les quitaron la posibilidad de ser humanos!
Vi una mujer embarazada destrozada. No sé por qué, ni cómo, pensé en su epitafio:
AQUÍ YACEN UNA MADRE Y SU HIJO,
A QUIEN NEGARON LA VIDA SIN HABER NACIDO
Muertes sin nombre, y sin motivo.
Asesinos con nombre y oscuro motivo.
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